Estoy haciendo trámites. Mañana "tramiteril" por excelencia. Microcentro, Tribunales, cafecito, caminata y más trámites.
La empleada de la DGI (o AFIP según la nueva nomenclatura) me sella el papel y salgo eyectado hacia el primer baño disponible ... o corro peligro de dejar el charquito (evidentemente hoy, la sutileza no es lo mío).
Entro al baño de la AFIP, recinto lúgubre y atravesado por un frío glacial y acompañando ese contexto, siento como una voz del más allá, lejana, pero clara, explicándome un tema de exportaciones. Miro para todos lados, no hay nadie. Pero la voz sigue hablándome firme y claro. Yo, sigo sin ver gente.
Y la voz me sigue enviando señales del más allá: números de formularios, fechas, importes y mucha información.
Temo que el exceso de trabajo me esté llevando a la locura. Bueno, otro tipo de locura, hay una innata que evidentemente no piensa soltarme tan fácilmente y ya lleva más de 40 años de indiscutible trayectoria.
El susurro finalmente, se ve abruptamente interrumpido por un tono de voz más potente: "Pero fijate bien.... tiene que haber un formulario".
A mi me habla? Es Dios el que me habla? Es la voz de la conciencia de otro contador? Es mi propia conciencia (hace rato que pensé que la había extraviado en un blanqueo)?
Ay, Ay, Ay, estoy más distraido que nunca... es un señor encerrado en el baño del fondo que no para de hablar con su celular !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Y asi es como esas voces invasoras me/nos persiguen: hablan por celular a los gritos en el subte para tapar con la conversación el ruido ambiente y ahí es donde uno se entera -aunque no quiera- de toda la planificación del fin de semana, de que ya no se banca más a la suegra, "levantes" varios con lujo de detalles o la última depresión atravesada durante el reciente fin de semana largo.
Atienden el teléfono en la sala de espera del dentista como si estuviesen solos, susurran en el Banco para que el supuesto policía (esos entrañables rechonchones de Seguridad del Banco Ciudad que tienen un nosequé ta-a-a-a-n particular) no se de cuenta que están hablando, aunque se los distingue a leguas de distancia por su actitud corporal de "esconderse" tras la nada misma.
Pero no hay fronteras que no puedan ser atravesadas: charlotean en el cine antes, durante y despues de la película; no les importa que Alcón esté declamando Shakespeare en el escenario porque ellos atienden y hablan igual. En la Iglesia, en el templo, meditando, en el gym mientras hacen la clase o mientras corren en Palermo -total con ese microfonito nuevo, podés estar descuartizando a alguien y mientras, le pedís ayuda por teléfono a tu terapeuta-.
Cataratas de ruiditos -también llamados ringtones- en el medio de un curso, de una clase de la Facultad, en un grupo terapéutico... y sigue la lista, los habladores celularianos son así: comparten la vida con sus semejantes sin ningún tapujo en su pequeño "reality show" doméstico y cotidiano.
Me quedo más tranquilo. Escucho voces... pero éstas al menos, ya se de dónde vienen...
1 comentario:
jaaa! buenísimo! yo hace poco perdí el celular y estuve dos días sin el bendito aparato y, la verdad, después del síndrome de abstinencia sentí un alivio inmenso. Te tranquiliza saber que el aparato ese no está, no interrumpe y vos podés hacer tus cosas concentrado al 100%. Curioso.
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